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domingo, 6 de noviembre de 2016



                                      




De izquierda a derecha

Como en un movimiento pendular, la ultraderecha y luego la ultraizquierda, los ultra extremos que se encuentran en un punto, o en varios, y siempre son ausencia de equilibrio, llevaron por décadas a este hermoso país a una interminable debacle, una deuda externa inacabable e injustificable, que endeudó al pueblo empeñando su futuro. Jamás se utilizó para mejorar la calidad de vida, ni para progresar o modernizarse; la deuda fue contraída siempre por el pequeño grupo de turno y fue a dar a sus propios bolsillos con impunidad.

El pueblo argentino ha callado siempre, se ha resignado a la naturaleza corrupta de sus políticos,
que siempre fueron y serán los mismos, una élite vieja y una nueva formándose en la misma escuela. No alcanza el aire a renovarse y ya la maloliente corrupción comienza de nuevo luego de cada elección.

Una brutal falta de pudor y moral los caracteriza, no les avergüenza verse en fotografías abrazados con los que hoy son sus enemigos, ni les interesa explicar discursos contradictorios y opuestos, según el momento y la conveniencia. Hoy están con Juan, porque a Juan le toca tener el poder, y mañana estarán con Pedro, defenestrando a Juan; y todo frente a la mirada atónita del pueblo.
Este pueblo confundido que ya no sabe qué mentira es mejor o menos dañina, este pueblo que va a las urnas como zombie, creyendo que con eso bastará para apoyar una idea de democracia que ni siquiera ha podido analizar a conciencia. Y luego, cuando los elegidos toman su puesto como representantes del pueblo, observa perplejo como entregan el patrimonio ganado con esfuerzo, como destruyen lo construido por tantos años.
El pueblo se dice a sí mismo que está en democracia, pero no siente el poder que debería sentir si fuera democracia, ese poder de gobernar a través de sus representantes, en vez de ser gobernado por quienes, al fin de cuentas, no parecen representarlo. Un representante debería cumplir el mandato, el deseo del pueblo, defender los intereses de cada individuo del pueblo, escuchar al pueblo para atender sus órdenes. La democracia es el gobierno del pueblo, pero nunca lo hemos vivido en realidad, así que nos conformamos con suplicar respeto, sin lograrlo jamás.
Un sobre en una urna no es gran cosa, si luego el pueblo queda mudo, sin poder reclamar lo que le corresponde, sin poder exigir que se administren correctamente los bienes en común. Un pueblo que no logra progresar, sino que involuciona, mientras ve a los que les entregó su confianza, llevándose cada recurso, robando a cara descubierta y sin temor alguno por un castigo que nunca llega.
Un sobre en una urna no importa tanto, si la justicia no defiende a los honestos, si los derechos humanos no incluyen a las víctimas, si la ayuda clientelar es para los obsecuentes.


                            

El circo de los rapaces


En cada elección somos testigos de un circo vergonzoso, donde los postulantes se desgarran las vestiduras por supuestos valores que casi ninguno conoce. Es un espectáculo obsceno verlos atacarse como aves de rapiña luchando por la presa agonizante. Es una impúdica demostración de poder, a la que asistimos impávidos, anestesiados, mientras ellos se posicionan, se mezclan, se alían o separan, forman listas, y se preparan para tomar su turno en la bestial comilona.

En el fondo, las personas saben con certeza que solo cambiarán los nombres, se revuelve apenas la olla y otra vez tomaremos de la misma sopa. Sabemos que ninguno de ellos pasa noches sin dormir pensando en el bienestar del pueblo, en buscar la manera de que su país progrese, se enriquezca y funciones como debe ser. No es eso lo que les quita el sueño, no; ellos no duermen pensando en cómo cubrirán las huellas luego, en cómo ser creíbles para tener libre acceso al tesoro de todos.

Ellos tienen otros sueños, que no son los mismos que tiene el pueblo. Ellos no sueñan con un trabajo digno, una vivienda propia, y la educación de los hijos… no, ellos quieren todo eso y mucho más, ellos quieren poder, mansiones, yates, rolex, y una orgía vergonzosa de lujos inauditos, a costa del bienestar ajeno.
No hay peor violencia que enfrentar una vida paupérrima con otra llena de suntuosidad, cuando la humildad es aplastada por el egocentrismo y la voracidad insaciable de estos rapaces. No hay peor violencia que dar limosnas y llamarlas subsidios, mientras con dinero ajeno se vive una existencia llena de lujos exagerados, propios de personalidades aberrantes y necias.





                       


La democracia como excusa


La democracia es una cubierta que utilizan estos crápulas, y se escudan en ella, de la misma forma que un militar golpista se escuda en el patriotismo, porque su fin verdadero está lejos de ser patriótico, sólo ven por ellos y hacen para ellos. Y el pueblo se traga la píldora de la democracia con solo poner un sobre en una urna y cada ciudadano se va a casa satisfecho de haber cumplido con su deber.
Pero es mentira, es una doble mentira. El que sale electo no se interesa por la democracia sino por abrir las puertas de su negocio de 6 años. El pueblo que elige, tampoco se interesa por la democracia, ya que permite que se realicen las acciones más inverosímiles, que se diezmen las arcas de todos, que se nieguen derechos básicos como educación, seguridad, progreso y sobre todo, transparencia en las acciones de sus representantes.

Un pueblo distraído

Ambos son parte de este juego, ambos son responsables, el corrupto, de su inmoralidad, y el pueblo, de su desidia y falta de interés.
Si la presa lucha, las rapaces no pueden con ella, la necesitan dócil, resignada, indiferente, para poder comerla bocado a bocado.
El pueblo argentino es una presa dócil, apática, que espera que venga alguien a resolver las cosas, que entrega fácilmente el poder a cualquiera que mienta con seducción. No se trata de derecha o izquierda, se trata de responsabilidad y ética. Porque este país está cambiando demasiado rápido, mutando a un país narco, pobre, inseguro, ignorante y violento, que no se parece a lo que todavía creemos que es nuestra Argentina.
El pueblo es lento para reaccionar y los cambios van a gran velocidad, ojalá no nos encontremos saliendo a las calles cuando ya no quede nada por qué salir, porque no nos va a gustar lo que veremos. Tal vez los argentinos necesitemos que nos marquen como al ganado cuando vayamos a comprar leche para los niños? Tal vez necesitemos sentir hambre, rogar por un pan al “socialista popular” que va en la limousine?


                               














Qué pena que los argentinos estemos distraídos y no veamos el oscuro horizonte que viene acercándose en esta pseudo democracia que supimos conseguir.

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