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domingo, 6 de noviembre de 2016

EL GUERRERO JAMAS VENCIDO



Cada día, despertaba antes del amanecer. Sus ojos, muy abiertos, miraban en la penumbra, sin ver.

Imaginaba que las cosas salían bien. Tendría un buen trabajo, las cosas necesarias para vivir. Tendría un lugar pequeño, pero propio. Un lugar en esta Tierra… no era mucho pedir.

Su vida fue tan solitaria que, seguramente, pocos sabían de su existencia. La ciudad se traga a las personas, el cemento engulle sus vidas, hasta que no quedan más que cáscaras vacías, pero él mantuvo su fuego vivo.

Desde su infancia, se sintió fuera de contexto. Peleaba sus batallas, en silencio, entregando lo mejor de sí mismo. Peleó por su vida y por la de los hijos que llegaron.

Sin embargo, cada lucha terminó en derrota. Trabajó demasiado, esperando ese momento, en que al fin, descansaría. Ahora comprendía que había caminado por un río seco y que jamás encontraría una vertiente de agua fresca.

Para comprender lo que ocurría, decidió estudiar a fondo, la naturaleza de las cosas. Comprendió que el odio se para en el miedo, y que el miedo se recuesta en la ignorancia. Por eso, quería saberlo todo, aprender los procesos por los que se llega a tener el control de las propias circunstancias.

Murió varias veces, bajo los puños del odio. Cayó en las manos de la locura. Durmió sobre la basura de los hombres. Los demás no sabían de su existencia. Nadie se acercó a preguntar…

Por las noches, los demonios llegaban a seducirlo, rozando sus pies, mostrándole los mejores abismos.

Se preguntó, qué más podía dar, qué faltaba comprender. Tuvo mil oficios, se metió en el alma de unos cuantos, para ayudarlos a sanar. Hizo honor a la creatividad cada día de su vida, porque creía que así, también podría crear una nueva realidad.

Pero nada fue suficiente. Los que podrían estar, se habían marchado a vivir sus propios infiernos. Y no quedaba nadie, excepto ese ángel, cansado de protegerlo, que ya dormía en su rincón.

El escudo se volvió pesado, lo dejó a un costado. Su lanza se había quebrado, en alguno de esos momentos, en que las cosas no salen nada bien.

Miró a su alrededor, y solamente veía restos de intentos, viejas cosas sin valor, rescatadas de batallas sin gloria.



Y la montaña no dejaba de llamarlo, como si ella supiera qué debía hacer.

Una tarde se sentó bajo un pequeño árbol amarillo. El otoño le dejaba su lugar al invierno, las últimas hojas se desmayaban a sus pies. Como las preguntas nunca fueron respondidas, ya no tuvo más preguntas. Y para su asombro, recién entonces llegaron las respuestas, como caballos negros bajo la luna llena… dejándose ver por momentos.

Todo se trató de un juego, un maldito y cruel juego. El universo, sólo se divertía, observando hasta dónde podría soportar, un golpe tras otro, pérdida tras pérdida, abandono tras abandono.

El universo no quería sacar lo mejor de él, en realidad sólo quería llevarlo a lo peor, a la parte más oscura de su alma. Por eso lo fue arriando, cerrándole todas las puertas, poniéndolo al borde del abismo. El universo no le mostró salidas, sino todo lo contrario, lo fue encerrando mientras le retiraba el sustento, la luz, los recuerdos…

El universo era abundante, se lo mostraba en todos los demás. Y se regocijaba ante sus carencias. El universo quería llevarlo a la locura, quería verlo enfermo, completamente vencido, en algún camastro de hospital público.

El universo lo quería de rodillas, esclavizado por las medicinas, en una vejez paupérrima. Quería verlo senil, perdido por las calles, sin identidad.

El universo detestaba su fortaleza, su resistencia. Buscaba vencerlo de la peor manera, robándole su dignidad. Quería verlo rogando por un poco de pan, sumido en la mugre de la ciudad.

Su plan era apagarle los ojos de a poco, opacando su brillo hasta que no quedara ni un rastro de lo que fue. El universo no se detendría hasta doblegarlo, le cortaría las alas de cuajo, quebraría sus pies para no verlo pararse, una y otra vez.

Si se quedaba a esperar, una lenta agonía lo abrazaría…

Comenzó a caminar, sabiendo que atrás no quedaba nada, y lo que quedara, lo comerían los rapaces. Miró por última vez al ángel, que dormía en su propio cielo, sintió amor por él y, como siempre, le dio las gracias.

La montaña susurraba su helada bienvenida. La nieve ya cubría todo. Llegar al mejor lugar, no era tan difícil. No tenía equipaje, nada de valor le quedaba ya.

Buscó un recodo, se acomodó en el suelo blanco y mullido, hasta que la nieve tomó su forma. Al final, habló:

- Querías ver hasta dónde llegaría, querías verme suplicar por lo mío, quería quitarme el valor?

- Querías robarme la cordura, la dignidad, la pasión por la vida?

- Pero aquí estoy, eligiendo la manera en que me voy. Yo elijo este momento, yo elijo irme entero, con mi espíritu en llamas, enfurecido contigo, por todo lo que te llevaste.

-Nadie supo quién fui, excepto yo mismo. ¡Quisiste borrarme de la memoria del mundo, pero hoy voy a ser inmortal!

La montaña le regaló el mejor viento blanco, el guerrero ya dejaba de sentir el frío... el dolor también se iba. Su última mirada fue para ese hermoso valle, allá abajo, donde la vida continuaba, diseñando destinos.

Un grito de furia cayó desde el cielo, algún sádico dios, había perdido su mejor presa…

El guerrero se había marchado, a su manera, a su tiempo, ¡y jamás fue vencido!


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